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El pasado 25 de enero se cumplían cuatro años desde que los Egipcios, especialmente los jóvenes y de izquierdas, pero también mayores, de derechas, religiosos o ateos, cristianos o musulmanes, hombres y mujeres acudieron a la plaza Tahrir para defender que merecían un Gobierno justo. ¿Lograron su propósito? Expulsaron al cuasidictador militar Hosni Mubarak. Cuatro años más tarde, las protestas se han acabado, o pierden fuerza, y Egipto cuenta de nuevo con un militar “elegido” por las urnas.

“Mucha gente con la que he hablado, que estuvieron en la plaza Tahrir el #Feb11, han dicho lo mismo: ‘No deberíamos habernos ido de la plaza’ #Egypt
Tuit del periodista Joel Gulhane, del Daily News Egypt
Las imágenes tienen poder. Una protesta necesita una bandera, un lema, un adalid… o un mártir. La revolución egipcia comenzó con una Khaled Mohamed Saeed y termina con otra, la de Shaima el Sabbagh muriendo en brazos de su compañero.
El 24 de enero, varias decenas de manifestantes, convocados por el partido “Alianza Popular Socialista”, al que pertenecía Sabbahg, marcharon pacíficamente hacia la plaza Tahrir. En la mano, unas flores, para recordar a los más de 800 muertos que se cobró la plaza. La elección de la fecha, un día antes del aniversario, tampoco fue casual: no querían “ser confundidos” con simpatizantes de los Hermanos Musulmanes.
La precaución fue infructuosa. Policía y manifestantes se encontraron en la calle, y Shaima recibió el disparo de perdigones en el pulmón. Su partido denuncia que la Policía disparó “a bocajarro”. Murió poco después, en brazos de su compañero de partido. No hay responsabilidades. El Gobierno niega que la Policía disparara, acusa a “agentes extranjeros“.
A los egipcios ya les da igual. La imagen de la muerte de Shaima, de pie pero con la mirada perdida, publicada por el diario “Al Masry al Yom”, selló el fracaso de la revolución que pretendía expulsar a los militares del Gobierno y traer nuevas libertades. Una revolución que, enmarcada en la “Primavera Árabe”, se nutrió de sangre y gritos, pero también de imágenes que recorrieron como la pólvora las redes sociales.
Sin imagen, las protestas pierden fuerza. Maidán y las barricadas, el caucho de las ruedas ardiendo. Una cadena humana para defender Mariupol. Tiannamen y el desconocido inflexible, con su bolsa de la compra en la mano, entre las cientos de imágenes que han servido para encarnar las protestas sociales. Y la imagen de Shima ha servido para darle un último aliento a una revolución que ha vuelto, tras años de sangre, juicios y protestas, a la misma casilla de la que salió hace ya cuatro años. Un régimen pseudomilitar, rígido con los derechos y libertades de expresión, reunión y manifestación. Porque Al Sisi no sólo reprime a los Hermanos Musulmanes, considerados como una “organización terrorista”, sino también a la disidencia laica. Shaima no llevaba velo, Shaima era socialista.
Shaima no es la única que “pasaba por ahí” y se convirtió en un símbolo de la resistencia del pueblo y la sociedad civil contra las fuerzas de seguridad, Policía o Ejército. Ni será la última. Desde la chica que huye, llorando, desnuda porque sus ropas prendieron fuego en Vietnam, hasta Shaima, pasando por “la mujer del vestido rojo”.
Conocida como “La mujer del vestido rojo“, esta joven sin nombre (luego identificada como Ceyda Sungur), rociada con espray antidisturbios por la policía turca cuando, al menos según las fotografías, mantenía una actitud pacífica, y fue utilizada como símbolo de la violencia injustificada contra manifestantes pacíficos en Estambul.
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