Luchó contra el apartheid. Estuvo retenido en prisión durante 27 años bajo una condena a cadena perpetua. Fue liberado. Defendió los derechos y las libertades del pueblo negro sudafricano. Fue elegido democráticamente como el primer presidente negro de Sudáfrica. Consiguió el Premio Nobel de la Paz y se convirtió en un símbolo universal de tolerancia y dignidad.
Nelson Mandela, conocido como Madiba (abuelo), ha muerto este viernes, a sus 95 años, en su casa de Johannesburgo. La muerte del que fuera preguntado por su ausencia de rencor hacia los que un día lo humillaron ha conmocionado al mundo. Sin embargo, la noticia no ha pillado por sorpresa a nadie. La salud de Mandela era frágil desde hacía tiempo. Y al final la muerte le llegó en su casa aunque no de manera discreta, como él había pedido.
Mandela no era un político al uso. El pueblo no lo odiaba ni lo criticaba. No. El pueblo lo halagaba. Lo halaga, no es menester hablar en pasado. Sus citas han sido impresas en todos los formatos y tamaños y su modo de ver la vida ha inspirado a muchos. Pasó de personaje reconocido en su tribu a preso oculto en una caverna. Pero ninguna cárcel serviría para atrapar sus ideales. Así, fue liberado en 1990 y, cuatro años más tarde, elegido democráticamente como presidente del país más rico de África. Pero el cargo no le cambió. Lo recoge El País en palabras de John Reinders, el que fuera su jefe de protocolo presidencial. Y lo demostró al formar un gobierno compuesto por una importante mezcla de razas y creencias, entre los que se incluían muchos de sus antiguos opresores.
La Fundación que lleva su nombre publicó, al enterarse de la muerte de Mandela, el siguiente tuit:
Mandela se va pero nos deja trabajo. Ya lo aseguró hace cinco años en su 90ª aniversario, rodeado de personalidades de todos los ámbitos y de todo el mundo: “Queda mucho por hacer”.
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