Cuando los washintonianos dicen que viven en Washington, que el ambiente profesional es inceíble, que es una ciudad tan cosmopolita… se refieren al North West. Pero Washington tiene tres cuadrantes más. Anacostia está en uno de ellos, en el sudeste.
Uno de esos lugares a los que todos te dicen “nunca vayas”.
El día en que Martin Luther King hubiera cumplido 87 años, fui a encontrarme con un montón de personas que caminaron para desearle feliz cumpleaños, para mantener vivo su “I have a dream” y su “we shall overcome” y para insistir en que sigue habiendo racismo, y que aún tiene sentido luchas por la libertad y la igualdad.
No era una cifra redonda ni la más multitudinaria de las marchas. Aún así, medio millón de personas caminaron durante cuatro horas a -15º Celsius, con un tembleque físico que se mimetizaba con la emoción de que algo estaba a punto de pasar o de que algo estaba, de hecho, pasando.
Los reverendos herederos y cheerleaders improvisadas cantaban canciones de libertad y nos rellenaban de café el vaso de poliexpan. Había familias, de negros y de blancos, con niños pequeños y, activistas del medio ambiente, del salario justo, por los derechos de gays, lesbianas, transexuales… y un puñado de gente sin banderas ni pretensiones, más que estar allí a pesar del frío y sentir que están haciendo algo en el mundo real, más allá que ver filmes remasterizados, vídeos de Youtube, al otro lado de Twitter.
El reverendo William llevaba tres décadas caminando por la libertad, y aunque sus rodillas artríticas iban a paso lento, todo el mundo se adaptaba a su ritmo para escucharle contar cómo sirvió a Martin Luther King Junior en persona.
Eugene Puryear, de la coalición «Answer», que pertenece el movimiento «Black Lives Matters» (Las vidas de los negros importan), fue el responsable en 2003 de que millones de personas llenaron las calles contra la guerra de Irak y luego contra la de Afganistán.
Es difícil llenar avenidas cada año. Pero hay razones para salir a la calle en un país donde el hombre de raza negra tienen nueve veces más posibilidades de ser disparado por la policía que el hombre blanco*.
También son los más pobres y por tanto los que menor y peor educación reciben, los que tienen acceso a menos servicios sociales (que en EEUU no son considerados básicos), son los que comen la comida más barata de los supermercados más baratos, los que llevan peor dieta, sufren más de obesidad, diabetes, enferman más, mueren antes.
No es Anacostia lo que da miedo. Son datos como estos.